04 de novembre 2008

Catalanes rancios

Su estado de ánimo navegaba entre lo nostálgico y la alegría de volver a casa. El mes y medio que Sara había pasado recorriendo Europa en tren eran ahora memorias pertenecientes a un sueño de verano. Como si lo hubiera visto en una película o leído en un libro, esas cervezas en un garito oscuro de Kazimierz y los violinistas del Puente de Carlos formaban parte de su imaginario pero ya no de su vida real, mientras enseñaba la carta de embarque a la azafata de las líneas aéreas de bajo coste. La vida real era otro lunes en el campus de la Autónoma. La vuelta al cole. Otro curso más. El pasaje lo conformaban berlineses que esperaban aprovechar los últimos destellos del verano mediterráneo en la Costa Brava y catalanes que volvían de visitar el Museo de Pérgamo y de entender poco más de la capital alemana. El pasillo entre las dos filas de asientos era estrecho. No habían abierto la puerta trasera del avión, con lo que Sara tenía que recorrer todo el camino desde la puerta delantera hasta las últimas filas para poder sentarse finalmente. Llevaba tejanos porque hacía un mes que no se depilaba y no quería enseñar sus piernas. Sudaba y maldecía a los alemanes lentorros que no encontraban su asiento y ralentizaban su tránsito hasta su asiento. 

Ya sentada, se percató de que estaba rodeada de catalanes, lo cual le alivió. Llevaba algunos días sin poder hablar castellano. Estaba harta de tener que expresarse en inglés en unos países donde la gente tampoco lo hablaba muy bien, con lo que reservar un billete de tren en una estación de trenes polaca se convertía en una auténtica odisea. Además, cuando se encontraba con alguien que realmente podía hablar y conversar en inglés, ella se daba cuenta de que su nivel no era suficientemente bueno como para mantener algún tipo de conversación mínimamente fluida e interesante, lo cual le enfurecía y frustraba en la misma medida. Culpad al sistema educativo español. Ella estaba sentada en el asiento junto a la ventanilla y no tenía a nadie a su lado. Los catalanes estaban sentados justo detrás de ella (dos jóvenes universitarios), justo delante (un matrimonio de unos cuarenta años) y en los asientos cercanos al suyo en la otra fila (aparentemente, familia o amigos de los dos que se sentaban delante de ella). El avión despegó.

Sus ganas de interactuar con algún compatriota le hicieron moverse al asiento que daba al pasillo. De esta manera seguro que podía entablar conversación con alguno de ellos. Los catalanes, de algún modo, se percataron del movimiento de la chica y uno de ellos le empezó a dar conversación. Las típicas preguntas: dónde has estado, qué ciudades has visitado, qué te ha gustado más… Las típicas respuestas: he estado en tal sitio, he visitado tales ciudades, me ha encantado tal cosa… Su compañero de conversación, un hombre de unos treinta años, preguntó algo a uno de sus familiares una vez producido el incómodo silencio en el que desemboca una conversación basada en este tipo de preguntas insulsas, ejecutadas de forma automática. Sara no entendía ni una palabra de lo que decían y no podía introducirse en la conversación. Cuando oía aquella lengua extraña para ella, sus oídos no captaban nada más que extraños e indescifrables sonidos. La misma situación que había vivido a lo largo del verano, cuando alguien intentaba hablarle en eslovaco o húngaro. Su interés por conversar con sus compatriotas se desvaneció y su primer interlocutor entendió que ya no quería formar parte de ningún diálogo cuando, entre miradas de reojo, vio que la chica ya no le prestaba atención. Así pues, Sara volvió a su asiento original, el de ventanilla. Refunfuñó y empezó a ojear una de esas revistas baratas que la aerolínea pone a disposición del pasaje.

Al cabo de un par de minutos, uno de los chicos que se sentaban justo detrás de ella se sentó a su lado. Ella no sabía que era catalán, pues no había pronunciado palabra desde que habían subido al avión. Su amigo dormía desde hacia un rato con la cabeza apoyada hacia atrás y la boca abierta dejando fluir un fino río de saliva desde la comisura de sus labios hasta su barbilla, acabando por gotear hasta sus pantalones. Sara no tardó en notar su presencia. Él le sonrió ligeramente pero con seguridad. ‘Me llamo Carlos’, le dijo, acompañándolo con un intento de darle dos besos. Ella pensó ‘¿de qué coño va este tío?', pero tampoco evitó el ritual de los dos besos. ‘Yo soy Sara’, contestó ella. El chico era guapo y le hablaba en castellano, lo cual hizo que cambiara su inicial actitud hostil por una actitud más amigable. Al final quizás podría tener la conversación que no había fructificado con los catalanes.

‘¿Te gustó Cracovia?’, preguntó él para romper el hielo.
‘Pues la verdad es que sí. Todo el rollo ese antiguo medio guarro del centro y el barrio judío es encantador. Además la cerveza es super barata y te puedes ir de fiesta y pasártelo de puta madre con cuatro perras’
‘Sí, sí. Una pinta de Zywiec en uno de esos bares donde no hay dos sillas iguales y los sillones están cascadísimos es lo más próximo al cielo que uno puede experimentar. En el Alcampo venden Zywiec. La he comprado varias veces pero no es lo mismo. No estás en ‘el lugar’ y no sé cómo coño lo hacen pero allí te la sirven a la temperatura ideal. Está fría, bueno, más bien fría, y te la puedes beber perfectamente de un trago’
‘Además sienta muy bien después de llegar a la ciudad tras no sé cuantas horas en un tren sin aire acondicionado y patearte toda la ciudad de arriba abajo’, dijo sonriendo.
‘Cracovia es preciosa. Tan tranquila… Berlín me encantó. Budapest es genial. Pero Cracovia es la ciudad’
‘Sin duda. Praga me gustó mucho también, pero está abarrotada de turistas’ añadió Sara. Disfrutaba mucho de la conversación, con lo que no pudo evitar decirle: ‘Oye, me alegro mazo de poder hablar de todo esto. He estado prácticamente aislada durante todo el viaje, sin poder compartir todo esto con nadie. Gracias’
‘No hay de que, mujer. ¿No disfrutaste de tu conversación con los de al lado?’
‘Putos catalanes’, contestó tajantemente. ‘Son unos rancios, no sé en qué coño piensan. Como si yo entendiera su idioma. Ya podrían hablar en castellano, total somos todos españoles y es nuestra lengua común’. Él no pudo evitar sonreír por debajo de la nariz.
‘¿Pero les dijiste que no eras catalana, que no les entiendes?’
‘¡Coño! Es evidente que si no hablo catalán es que no soy catalana’, declaró en tono delicioso.
‘No tan evidente. Cataluña está llena de gente que habla castellano normalmente, con lo que eso no se da por entendido. Una conversación con uno hablando catalán y el otro respondiéndole en castellano es de lo más común y es normal que muchos no cambien el idioma si se entienden’
‘Es evidente que no hablo catalán, vamos, seguro que lo han visto pero han sudado de mi puta cara’, dijo sin rebajar su tono.
‘No tan evidente. Sólo tenías que decirles que no les entendías y no hubieran tenido ningún problema en hablarte en castellano. De hecho, me he fijado que el tío con el que estabas hablando te ha hablado en castellano’
‘Ha tardado dos segundos en cambiar el idioma’
‘Porque no teníais mucho más que deciros y ha se ha metido en la otra conversación. Tampoco sabía que no les seguías’
‘Que sí, que sí… son unos rancios’. Él sonrió otra vez.
‘Ay… ¡pero mujer! Si el catalán tampoco es tan diferente, se pueden cazar bastantes palabras aunque no lo hables’
‘No sé, yo ni papa. Tengo familia valenciana y pasan de hablar valenciano. Además, si estamos todos juntos como que no se van a poner a hablarlo. A mi me parece muy bien que lo hablen en su casa, pero tampoco entiendo esa obsesión por hablarlo fuera y en cualquier circunstancia posible’
‘¿Tienes familia valenciana?’, preguntó evitando la polémica. ‘Interesante’
‘Sí, yo soy de Toledo, aunque ahora estoy estudiando en Madrid, pero parte de mi familia viene de Alicante’
‘Yo tengo familia en Elche’
‘Vaya coincidencia. ¿Y esos hablan valenciano?’
‘Sí, bastante’
‘Bueno, los míos entre ellos también lo hablan, más o menos. Además es que es esto… no es ya solo el catalán. Es el valenciano, el mallorquín y no sé cuantas historias más…’
‘Hombre, no dejan de ser todos el mismo idioma. Se entienden mutuamente sin problemas’
‘Pues mis primos dicen que hablan valenciano. Si fueran lo mismo dirían que hablan catalán, ¿no?’
‘Cuestión de terminología. El valenciano viene del catalán’
‘No sé yo, no sé yo. ¿Y por qué no al revés? ¿Por qué no viene el catalán del valenciano?’
‘Por el mismo motivo por el cual el castellano no viene del andaluz. Tema de la reconquista y tal, de norte a sur. El valenciano viene de los catalanes que se instalaron por ahí cuando expulsaron a los moros’
‘Hmmm… Bueno, sí, eso es posible’

La conversación siguió por otros derroteros a lo largo del vuelo. Ambos disfrutaron de la compañía, mientras el grupo de catalanes seguía a su rollo, recordando lo visitado y el amigo seguía babeando en el asiento de atrás. Ella no cambiaba sus convicciones pero tampoco podía replicar demasiado. Tampoco era algo relevante, pues él evitó la confrontación y no quiso hacer ninguna proclama. Aterrizaron en el aeropuerto de Gerona. Ella no había volado directamente hasta Madrid porque le salía más a cuenta volar hasta allí y luego coger un autocar hasta la capital. Siguieron hablando mientras esperaban recoger su equipaje, con el amigo acompañándoles bostezando en la distancia con su ropa ridículamente empapada y los ojos casi cerrados. Cuando salieron de la minúscula terminal, se subieron los tres en un autocar que los llevaría hasta Barcelona. Durante la hora que duró el trayecto, Sara y Carlos se fueron cogiendo cada vez más confianza, se cogieron de la mano y acabaron por besarse. 

‘Bueno, pues, ¿hacia dónde vas ahora? ¿Qué bus vas a pillar?', preguntó ella ya en la Estació del Nord.
‘Vivó aquí, no me voy a ningún sitio’
‘¡Nos ha jodido el tío! ¿Tú también eres catalán?’
‘Efectivamente’
‘Lo flipo’, soltó ella, totalmente desconcertada. 
‘¿Qué esperabas?', respondió a carcajada limpia.
‘Yo que sé, tío… No me lo hubiera imaginado nunca’
‘¿Por? ¿Por qué soy simpático y te he gustado?’
‘No me jodas’
‘Venga, mujer, si te ha encantado besarme’
‘Jodido catalán…’

Intercambiaron correos electrónicos, se abrazaron y besaron apasionadamente. El autocar arrancó y ella le perdió de vista al cabo de unos segundos, despidiéndose con una dulce sonrisa.

2 comentaris:

Madrileña en Barcelona ha dit...

me ha encantado...ojalá me pase eso a mi:)

donna_summer15@hotmail.com ha dit...

aunque algo rancietes si que sois!!nosotros chulos etc. Si existe el tópico es por algo